
Tu piel trigueña y suave, me trae el recuerdo de mi pequeñito -al que quiero tanto-, y tu sonrisa con apenas unos cuantos dientecitos de leche, me muestra la vulnerabilidad que te caracterizaba en aquellos tiempos. Me sorprendo al darme cuenta de lo parecidos que son mis labios a los tuyos, ambos pequeños y rosados, y siempre dispuestos a dar una gran sonrisa. Tus cabellos son lacios y color café al igual que tus ojitos, que parecen estar hechos de algún material brillante, llenos de vida e inocencia.
Tu rostro ovalado contrasta perfectamente con tu robusto cuerpecito, y tus piernas parecen aligerarse a medida que asciendes a la cima del cerro a observar el verdor que te rodea, a deleitarte contemplando las chacras de papa y arroz; te quedas admirado y feliz al sentir ese fresco y puro viento acariciarte el pequeño rostro.
De lejos escucho claramente como tu madre te llama, es la hora de almorzar y tú como un haz de luz corres, desciendes sin ningún problema, descalzo y en medio del camino te detienes para dar un gran respiro y gritar extasiado “pato lleno, pato lleno mamita”, no puedo evitar sonreír, me hace feliz pensarte y tenerte tan intacto en mi mente…¡es que te quiero tanto!.
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