El cielo increíblemente azul, surcado de nubes espesas y blancas adornan el infinito charco del Atlántico, poco me faltaría para salir disparada por las inclinadas calles de la Ciudad Vieja de Montevideo que nos avisa del grandioso paisaje marino que nos aguarda, pero preferimos hacer un esfuerzo y dilatar nuestra llegada disfrutando el caminar por las callecitas estrechas de este rinconcito añejo de la ciudad, que conserva aún ese espíritu tan característicamente ‘bohemio’, inundado de mesitas para tomar café y artistas que venden sus trabajos a precios de feria.
Seguramente escapen a mi memoria muchos detalles de los museos, parques y ciudades que visitamos en Uruguay, pero jamás olvidaré el primer contacto de mi pies descalzos con el agua tibia y cristalina de ese océano que da vida al lado Este del continente, ese olor envolvente de la brisa que pareciera no se me quita de la piel y el alma, y esa sensación de desear quedarme por siempre en ese enredo de arena blanca, montañas verdes y mar profundamente brillante.
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